Mañana se cumple una semana desde que se lanzó El Paciente Impaciente. Cuando nacieron mis dos hijos tuve una especie de euforia posparto y con este tercero, aunque sea en forma de libro, he vuelto a las andadas. Eso sí, esta vez cambiando los pañales por entrevistas en la radio, que tiene mucho más glamour.
Lo primero que quiero hacer es aclarar un tema que a todos parece preocuparos mucho: lo del árbol. Sí, ya sabéis, aquello de tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Ilusa de mí, pensaba que al publicar un libro la gente me preguntaría por el libro. Ni hablar. Resulta que a la gente lo que más le preocupa es si he plantado ya el puñetero árbol.
No me quedó más remedio que llamar a mi madre y pedirle que buscara entre los álbumes oficiales de la familia el documento gráfico que atestigua que en 1992 cumplí con el tercer punto de tareas vitales (al parecer más importante de la lista). Cumplí yo y cumplimos todos los niños del colégio de mi pueblo. El colegio organizó una plantación masiva de pinos en las faldas del castillo y allí que nos fuimos todos, con nuestra azada y botella de agua por barba (o más bien por imberbe). Los pinos supongo que fueron cortesía de la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha.
Ahí me tienen, en perfecto ángulo de posición excavadora. No me falta un perejil del atuendo noventero. Mis pantalones vaqueros remangados, mi camisa de flores dos tallas más grande, mi pomposo coletero fucsia fosforito y, por si las moscas, también una diadema. Jamás he vuelto a tener mis pelos también sujetos como en aquella época.
Le debo la foto a mi vecino José el Sacristán, que además de sacristán era corresponsal de El Día de Cuenca. Como tenía enchufe por ser mi vecino, me hizo a mí las fotos y salí en el periódico y todo. Lástima que el caos de mis recuerdos de infancia sea aún mayor que mi síndrome de diógenes y, por mucho que se ha afanado mi madre, no hayan aparecido los recortes por casa.
Aclarado el tema del pino, que me consta que a algunos os quitaba el sueño. Paso a relataros la penúltima anécdota a la que me he tenido que enfrentar a propósito del libro. Pensaba yo que en las farmacias sucedían cosas, pero resulta que en Correos y Telégrafos también.
El libro al que le sobraban dos páginas
A El Paciente Impaciente le sobran dos páginas pero ni con veinticinco correcciones más nos hubiéramos dado cuenta. La semana pasada fui una mañana a correos con la intención de enviar algunos libros. Compré mis sobres verde, puse obedientemente las direcciones en la mesita dispuesta para tal fin con el boli sujeto por una cuerda, y volví al mostrador.
La señora de correos, que me había observado atentamente introducir los libros en el sobre, soltó un bufido cuando puso los sobres en la balanza: ¡No puede ser! ¡Esto sí que es mala suerte!
Asustada, pensando qué podría haber sucedido con mis queridos libros, le pregunté:
– ¿Qué ocurre?
– ¡Es una fatalidad! Mira, el sobre pesa 503 gramos y tengo que cobrarte cuatro euros con cincuenta céntimos. Si pesase 500 gramos te cobraría sólo dos euros con tres céntimos ¡ES QUE SON DOS EUROS Y MEDIO DE DIFERENCIA POR TRES GRAMOS!
– Vaya… pues, bueno, una pena pero ¿qué se le va a hacer?
– Pues hombre niña, yo creo que algo puedes hacer, me parece una barbaridad que vayas a pagar dos euros con cincuenta más por tres gramos. Yo creo que podrías arrancarle un par de páginas de esas que vienen en blanco y ya está.
Supongo que se me debieron salir un poco los ojos de las órbitas cuando escuché las intenciones mutiladoras de aquella mujer para con mi criatura.
– ¿Arrancarle un par de páginas?
– Sí mujer, si el autor no se va a enterar y piensa en todo el dinero que te vas a ahorrar. Ya te digo que en los libros suelen venir páginas en blanco. Espera que ahora te traigo un cúter y lo apañamos.
Os prometo que me costó convencerla de que realmente prefería malgastar todo ese dinero y mantener los libros de una pieza. Me miró con desprecio, como si yo fuera una despilfarradora. Yo sólo pensaba en que si me hubiera enrollado un poco menos con la historia de Jerónima esa situación jamás se hubiera propiciado. Y que con personal como ella no me extrañaría que Correos se hundiese el día menos pensado. Cuando salía por la puerta la señora seguía dándome ideas…
– ¡Bueno, pues para la próxima piénsatelo! ¡Puedes hacer otra cosa! Puedes recortar el filo de los sobres un poquito, o les quitas alguna burbuja. Lo vas calculando con la báscula de la cocina y luego me lo traes…
EL CONCURSO
Miradlos, qué bonitos y qué propios…
Como algunos sabéis, hace un par de años ya sorteé a mi hijo mayor en forma de Gremlin así que raro sería ahora que no pusiera a disposición de los lectores algún ejemplar del tercer hijo. Como también sabéis, me espantan los sorteos así que lo haremos en forma de concurso. Un concurso de anécdotas, para que todo el mundo pueda contar sus más inconfesables experiencias en una farmacia. También son válidas las experiencias que hayan tenido lugar en la intimidad del hogar y que estén relacionadas con la salud o los medicamentos. Confusiones, nombres indescifrables, lo que le pasó a la abuela, a la tía o a la vecina con aquel supositorio… Y por supuesto, ¡las anécdotas de estudiantes en prácticas de la Facultad! ¡todo es bienvenido!
Aquí en la rebotica, entre Aspirinas y Gelocatiles, os aguardan TRES ejemplares dispuestos a ser repartidos:
CATEGORÍA ESTRELLA: Premio a la que indiscutiblemente sea la mejor anécdota de todas entre todas las recibidas. Por petición popular, en esta categoría podéis participar también todos los sanitarios: médicos, enfermeros, dietistas…
CATEGORÍA FARMACÉUTICO: Para la mejor anécdota contada por un FARMACÉUTICO (o estudiante).
CATEGORÍA PACIENTE: Para la mejor anécdota contada por un PACIENTE.
El jurado no podía ser otro mejor que los miembros de la rebotica y protagonistas del libro, ya sabéis: Estrellita, Milagros y Toni el estudiante en prácticas. Podéis participar hasta el lunes 2 de marzo a las 00:00 h.
¡SUERTE Y A VER SI SACAMOS MATERIAL PARA LA SEGUNDA PARTE!