Cuando éramos pequeños la cosa estaba clara: el termómetro de mercurio era el rey. Además, la gracia estaba en que «accidentalmente» se rompiera (porque los accidentes siempre son accidentales, claro) y jugar con las bolitas apretándolas hasta que se perdían debajo de un sofá o de una alfombra.
Resulta que aquel inocente juego no lo era tanto y aparecieron nuevos termómetros: a pilas, de oído, de frente… y la elección se complicó. ¿Qué diferencias hay entre ellos? Y la pregunta del millón: ¿cuál es la mejor manera de poner un termómetro? De todo ello hablamos en el vídeo de hoy.