Ya que esta semana el post de la e-receta ha sido algo árido, vamos a aflojar un poco con una perla de la sección El Im-paciente. Esta anécdota no es mía, pero se la tomo prestada a una boticaria con mayor solera a la que merece la pena escuchar contando «el sucedido». El supositoria bala siempre triunfa.
Paciente: Buenos días, ¿se acuerda de los supositorios que me mandó ayer el médico para el dolor? Pues que sepa que la caja que me dio usted estaba defectuosa. Los supositorios no hacen nada. Pero nada de nada.
Boticaria: Bien, tenga en cuenta que el médico le prescribió un supositorio antes de acostarse… quizá con la primera dosis no haya notado mucha mejoría pero vamos a esperar a ver qué ocurre hoy con la segunda dosis.
Paciente: ¿Un supositorio dice? ¡Ja! Yo me he puesto más. ¡Y nada de nada!
Boticaria (mudando el color): ¿Más? ¿Cómo que más?
Paciente: Verá, al ver que un supositorio no me hacía nada, decidí ponerme dos. Al rato, como tampoco notaba alivio, me puse el tercero. Desesperado me coloqué el cuarto y el quinto… hasta que al final me harté y me los puse todos.
Boticaria (con sudores fríos y flashes de úlceras y hemorragias cruzando su mente): ¿Todos?… ¿CÓMO QUE TODOS?
Paciente: La caja entera. Y ya le digo que está defectuosa porque no me han hecho nada.
Boticaria (temblando): Mire, una caja entera de supositorios es una barbaridad, no puede ser, no puede ser…
Paciente: ¿¿Cómo que no puede ser?? -dijo muy ofendido-. ¡Los llevo todos puestos y ahora mismo se lo demuestro!
Y diciendo esto, el señor se echó las manos al cinturón mientras un agudo «nooooo» se ahogaba en la garganta de la boticaria. A continuación, el susodicho se levantó la camisa mostrando una bonita hilera de supositorios, perfectamente envueltos en su papel de plata original, dispuestos a modo canana rodeando los riñones (lo que al señor le dolía) y convenientemente sujetos por unos trozos de esparadrapo.
Paciente: ¿¿¿Lo ve??? ¿¿Ve cómo me he puesto la caja entera y aún así no noto nada??
La boticaria, que había asistido a la escena en modo «El Grito» de Munch, suspiró en cierto modo aliviada hasta que se percató de que ahora venía la segunda parte: explicarle al buen señor, sutilmente, las diferencias entre vía tópica y vía rectal.